Maleza

MALEZA

Antonio Gómez Ribelles

Definición de maleza:


Conjunto abundante de hierbas inútiles o dañinas que crecen en un terreno sembrado. fig. Un enigma difícil de explicar. fig. Inútil, dañino.

Percibimos el tiempo en el movimiento de las cosas.


Existe el tiempo, lo intuyes, lo mides, sabes que existe y que te hace imposible la pausa, todo se mueve y lo recuerda, todo cambiante en el fervor de lo humano y lo natural, en el deterioro y la extrañeza ante el avance de las cosas.


No existe el tiempo sin movimiento, ni a la inversa; algo evidente para la mente que piensa se convierte en una forma de mirar la realidad. El crecimiento acelerado de la maleza, eso que por definición consideramos dañino, ese poder, nos desborda y nos asombra. Si te esperas y escuchas  podrás oír la hierba, dicen, habrá un murmullo, un soplo que crecerá a la velocidad del mundo vegetal. Ese mundo capaz de ocultar pirámides, devorar ciudades, arruinar lo humano con su derecho a la conquista.


Pero lo humanamente trascendente, ese modo de capturar la esencia de lo humano, eso que nos convierte en lo que somos a través de la percepción del paso del tiempo y con él de la conciencia de la muerte, no es nada para un mundo vegetal que vive y muere en tiempos cortos o extremadamente largos, objetos naturales que se mueven en tiempos largos o extremadamente cortos. Y esa contemplación asombrada del fotógrafo y el poeta de la velocidad con que la maleza cubre superficies, restos humanos, tierras baldías, nos da la noción de lo efímero y  a la vez de lo eterno, un tiempo que excede el nuestro. Condenados como estamos a personalizar el mundo animal y el vegetal no entendemos la magia del crecimiento acelerado de la maleza, y eso es lo que nos atrae. Hemos juntado lo humano y lo botánico, los dibujos del XIX con los plásticos del XXI.


“Coge esa salida. Vamos a ver aquellas luces.”


El fotógrafo y su amigo dejan la autovía y buscan para luego recordar. Y encuentran la luz reflejada en los mantos que fueron blancos y ahora guardan el polvo rosado del paisaje. Son plásticos de invernadero en la tarde, plásticos abandonados en el tiempo para el que estaban hechos. Tierras en descanso. El silencio no existe, el aire mueve las telas, el sonido también es tiempo, y en los restos del cultivo crece la maleza.


Entramos en el invernadero y él se queda fuera. Quiere verlo desde allí, aprisionado por los plásticos. Dentro hace calor a pesar del otoño, a pesar de los plásticos deteriorados, rotos, a pesar de la ruina que deja pasar el aire. Bajo el plástico y pegado a él los dibujos que hacen las plantas abandonadas, las gotas del riego abandonado, la luz del sol que atraviesa y se refleja, el color vegetal. La ruina.


Este fotógrafo se extraña de las cosas, de que las cosas estén precisamente ahí, donde él las mira con mirada fotográfica, no a través de una cámara, no sólo al menos, como si fuera capaz de nombrarlas por primera vez. Este fotógrafo se afana en llevar a la quietud lo que para él fue la verdad. Enfrentando su experiencia con la realidad. Para que sea de nuevo realidad. La visión de lo acabado y de lo renacido. Enfrenta el crecimiento vegetal a la parálisis de la fotografía, enfrenta lo vegetal salvaje a lo humano, a su visión humana y fotográfica, a los dispositivos fotográficos que saca de su funda y que solo verán la apariencia superficial de las cosas, no esa razón profunda que le mueve a mirar la verdad de forma nueva. Se agacha a ver con aire nuevo y admirado lo que quitaría en su jardín, experimentación con el objeto, recortar el espacio visible, acercarse hasta crear un mundo cerrado y duro en contraste con la fragilidad del objeto natural.


Y lo que crea son huellas. Toda imagen es físicamente una huella, las fotográficas y las que creó la tinta que usó el poeta. Huellas que a veces son memoria u olvido pero ahora ya no. Son visiones, fantasmas del tiempo.


Crecieron las malas hierbas tras el abandono, en tierras descuidadas ahora pero en su momento preparadas para el absurdo de un crecimiento y un cultivo anómalos, humanamente anómalos. Y como animales de rapiña, la maleza aprovecha un mínimo tiempo para acelerar su vida, dedicada simplemente a colonizar su espacio. El plástico retiene la humedad de las últimas gotas de lluvia o riego, suficiente para las malas hierbas, la malitia, como si la maldad fuera unida a la humedad a una humedad sórdida y recalentada. Y serían capaces de devorar lo humano como lo hicieron sobre ciudades enteras, rompiendo las paredes, cubriendo pirámides y palacios que somos ahora capaces de entrever, de querer identificar en fotos aéreas, o dejando que el movimiento nos lleve en el tiempo hacia el olvido. Sólo quedará el fruto del abandono, la fractura en la piel, el velo del tiempo y la maleza.


Hay que darse prisa, cuando vuelvas todo será distinto. Cuando todo se seque nada de esto quedará a la vista, quizá bajo tierra, donde la semilla esperará el tiempo de nuevo, la gota de humedad. Y volverán de nuevo las formas a sus ciclos, el eterno retorno, el enigma.